9 sept 2006

Se puede recurrir a millones de canciones, poemas, novelas, cartas y hasta testamentos, y los motivos dejarán de ser los propios por igual. Se desprende un pedazo de compostura, y se pierde el hilo de la composición. Las notas de descuadran, dejan de sostenerse y poco a poco se van perdiendo en el eco de su deshecho. Entonces es cuando parece que otros tienen la palabra exacta y el sentimiento en mano, el mismo, el que pertenece, el que encaja. Y cometemos el error, identificarnos demasiado y pretendernos protagonistas de una historia en la que ni siquiera somos personajes accidentales. Y nos olvidamos, nos olvidan, y se nos olvida.

No importa qué tan algo grite, o qué tan lejos se escuche, si la misma mano que alzo para pedir ayuda, se prende de mis brazos y mi cuello para seguir anclándome. Quizá se trate de buscar lo que no corresponde, de querer lo que no es nuestro, de suponer una lucha por aquéllo que no somos. Pero da lo mismo, si a fin de cuentas puede que lleguemos a morir sin saberlo siquiera.

Hay quienes sentimos que llevamos caminando sin parar durante años, pero no nos hemos movido, y habemos quienes caminamos sin saber por dónde hemos pasado ni a dónde nos dirigimos. Quizá no teníamos que movernos, o quizá no teníamos que fijarnos. Pero se queda el remanente de lo que no fue, lo que no se hizo, lo que no se buscó, lo que no se creyó, y entonces se deshace el nudo prometido, se devuelven las mismas inseguridades y se prentende empezar lo que nunca había siquiera sido creado. Y ya para qué.

Si son tantas las dudas, las heridas y las miradas a lo que no hemos hecho, entonces ni siquiera estamos seguros de lo que estamos haciendo. Quizá lleguemos de todas formas, a algún lugar al menos, pero puede que nunca nos demos cuenta y sólo pasemos de largo...

Les deseo que el arrepentimiento nunca los apremie, y que la duda no los confunda.

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