13 dic 2006

Casino: Le croupier

Poco a poco haré de mis personalidades una descripción, un juicio final, y pondré un patíbulo para la que se culpe a sí misma. La primera es esta, y por algún motivo, en el cual no quiero ahondar, le toca a la más callada. La más oscura, la primera que se fue sin haber cerrado la puerta. Puesto que no se encuentra ahora, no se habla de ella misma, pero puedo entonces relatarla.

Se fue el día que me confesó. Cuando en la copa de último momento notó la falta de lástima. Se fue. Está en el pasado, no en el mío, sino en el de la Historia, donde las máquinas se hacían con el propósito de estudiar el grito más eludido: el dolor de vivir el momento.

Ella, la sádica-masoquista, o masoca, ganó tanto poder que enmudeció a sus compañeras de habitación, y tanto logró que supo elegir a la víctima perfecta: la persona que más se preocupaba por ella; un maniquí para hacerse sangrar y poder lavarse las manos sin remordimientos.

Le aterran los espejos, porque no puede asir la imagen y golpearse la cara. Prefiere los ojos a los reflejos. Ama animales que dispara por el aire y solitos le regresan a lamer los pies. Detesta el olor a azufre por ser demasiado sincero, y al cianuro por su rapidez. Está convencida que para matar hay que hacerlo con las manos y de frente. Su flor preferida es la rosa, por astuta y hermosa, filosa y suave. Aborrece a la flor del Principito por haberse disculpado y a Judas por valiente.

Cuando se fue, llevaba tiempo sin actuar, esperando la lástima, de donde llegara. Se fue sin hacer maleta, y de vez en cuando viene de visita, y lo sé: el día que venga para quedarse, ella será mi suicidio homicida...

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