4 dic 2006

honestly...

"¿Me contradigo a mí mismo? Muy bien, entonces lo hago. (Soy grande, contengo multitudes)
Walt Whitman

Hace tiempo que se suman las expectativas. Los márgenes se difuminan y los mismos espejos equivocan la ocasión. La preparación para un acontecimiento, para un encuentro, puede darnos la misma decepción que genera la ilusión perdida. Pero hay efectos secundarios que solemos olvidar, que calificamos de inecesarios, o incluso inapelables al recuerdo, cuando pueden ser más significativos de lo imaginado. Se nos va de las manos, lo mismo que los buenos momentos que opacamos con la misma facilidad con que proferimos maldiciones. Al mismo tiempo se toman las conciencias, se rescatan las virtudes, y se mira a lo sucedáneo, a lo cercano, y a lo de uno. Hay circunstancias que prefieres sean de forma distinta, como ejemplos que te has grabado, pero sigues sin dar pie, sin dar ese paso, sin abrir la oportunidad, porque hay batallas que no quieres pelear, que aunque quizá valgan la pena, no te convencen como necesarias. Te guardas las energías y las pierdes, las deshaces en actividades sin mayor incidencia, sin interés, y como forma de llenar vacíos. Es la vacuidad, la agonía de su eco, el hambre de su necesidad, la falta de ese recuerdo, de esa caricia, de esa compañía, de esa sinceridad, la que se repite en la ocuridad del sueño, en la luz de la soledad, y en la misma presencia de quienes en su preocupación provocan la misma distancia de uno mismo. Huir es más fácil, pero el precio a pagar es alto, doloroso, y los intereses crueles. Por eso el refugio, la careta, el escozor, la risa nerviosa, el silencio incómodo, gula, el desprecio...

Entonces los espejos en realidad no equivocan la ocasión, y la decepción es sólo el recordatorio, la opacidad la defensa, la conciencia un dolor, las batallas no peleadas en el índice de la siguiente parte, las actividades futiles la producción de una pequeña gran obra, y la vacuidad el encierro obligado, el crear un espacio para algo, obligar a su creación.

Se nos va de las manos, se nos vuelve a dar, se nos olvida que está, y buscamos lejos. Se ve más fácil en el otro que en uno mismo. Pensarse un gigante es como pretenderse uno, jurarse y presumirse. Gulliver no se dio cuenta, Liliput no se dio cuenta. El simple reconocimiento. La misma manera de elusión, de no participación, de no explicación. Se nos va de las manos. Se nos olvida en el ropero, en la sierra, en el árbol que plantamos, en la mano que estrechamos, en el arropo que generamos, pero se nos va cuando nos toca. Se pierde, se niega cuando es en uno mismo, cuando llega el momento de reconocerlo, de vivirlo... Es en demasía que se pierde su valor, en su consecuencia en otros, en su respuesta, en su misma fuerza vital. No hay mejor obra de teatro que la misma que nos acoge, la misma que escribimos, donde los monólogos se reciben en magnánimos infinitos.

"Uno hace lo que es; uno se convierte en lo que uno hace".
Robert Musil

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