9 dic 2006

que estamos vivos, coño

Qué ingenuos somos. Nos damos la vuelta para pretender las mismas tonterías. Buscamos compañías allá donde se nos acaba la imaginación, y terminamos en el mismo juego mental, en la misma tergiversación. Seamos sinceros, al final acaba valiendo lo mismo conocer a una persona interesante, que desinteresarse por los hondamente conocidos. Lacras, en eso nos convertimos. Tan sencillo que resulta darle la mano, mirarle a los ojos, terminar de decir esas cosas, darse la media vuelta, y saber que entonces ha valido la pena incluso haberle puesto la atención necesaria. Mientras tanto no es más que la simple mueca sostenida. Que la sociedad nos carcome, las reglas nos arremolinan, y terminamos encerrados tras cuatro paredes, porque los tabúes eternizan las posibilidades de una corriente amigabilidad. Mea culpa, mea culpa.

Relaciones sanas las tenemos con los muertos. Somos capaces de hablarles de todo, contarles todo, incluso tenerlos de costado, acompañando ahí donde se supone que no hay nadie, y nos damos el placer de ser del todo honestos, tanto que hasta nos puede llegar por llorar y reír a solas, o en su compañía, que en ocasiones no es más que lo mismo. Pobres muertos, atormentados con tantas ideas insanas y comentarios desorientados. Se pasean, entre los recuerdos, inmolados porque no son ya lo fueron ni entenderán lo que hubieran sido. Plasmada esa relación, la tenemos con ellos. Claro, una vez muertos, ya no hay problemas, no tienen que apuntarte con el dedo, ni regañarte, incluso siquiera se dan la libertad de omitir juicios, e incluso hasta justificaciones. Menuda.

Pobres, repito. Seguro ni de vivos descansaron y de muertos los mareamos. Pero nos disponemos a que con los vivos las cosas no sean como con los muertos. Venga, que esconder cosas, mentir, suponer e incluso arrebatar, son cosas de diario, cosas de vivos, que a los muertos les da igual. Nos dan por nuestro lado, y quizá ni nos escuchan, pero ¡a qué relación mantenemos con ellos!

Tanto restregar que lo que importa es lo que hagamos cuando estamos aquí, que quizá eso de que todo lo que hacemos tiene que ser para poder tener una vida en el más allá m ás hermosa, sana, y divina... Carpe Diem, Carpe Diem. ¡Con los vivos! Que para eso estamos en el mismo lugar; vivito, coleando, dando zarpazos y tijeretazos. ¡Con los vivos! Que a los muertos ya les dio por estirar la pata, que ellos no tienen que ser las compañías de todos los días, de todas horas. Al final acabamos peor que muertos en vida. Así se han de estar burlando de nosotros, allá donde seguro se lo pasan bomba, y no entre las tumbas, sino entre sus muertos. Que ellos ya tienen todo el tiempo del mundo. ¡Que nosotros también! Pero a los vivos, que los parta un rayo, que vivan los muertos.

Apañados, apañados, e insisto, porque otra cosa no nos queda. Tanta psicología, psiquiatría, psicoanálisis, estudios intensos, que si la personalidad, que las relaciones humanas, las interpersonales, estudios que si el marketing, que si la publicidad, que si te compro, y luego tantas fiestas, que si del amor, del amigo, del niño, del padre, de la madre, del novio, del cumpleaños, la secretaria, el bombero, el abuelo, la mujer (¿y el hombre?), incluso de los muertos, de los inventados, de los terribles, de los hermosos... Y al final para terminar teniendo las mejores conversaciones y relaciones con los muy muertos. Que los dejen en paz. De veras. Que ellos ya su precio pagaron. Menudo nos ha de tocar a nosotros.

Y definitivamente, y después de tanto desvarío, y es que no puedo negarlo,, tan cierto es que eso de relación sana, eso de amistades, de que si en verdad eres mi amigo, que si puedes serlo, que si puedo contarte, que si voy a jugar con tu cabeza, o no, que si te voy a dar la espalda, lanzarte tonterías para que te enrredes pensando en todas las posibilidades menos en el motivo real, y que del otro lado te burles porque "¡qué ducho soy!"... Es para dar asco...

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