19 ene 2007

Desaletargando relaciones


Las encrucijadas han sido temas de poemas, historias y leyendas, y por su parte las paradojas se convierten en cuestiones filosóficas y matemáticas que aterran al que gusta de pisar tierra bien firme. No se busca un eufemismo, sino la mera expresión de la sensación que encierra y desgasta la capacidad de escuchar. Un poco de luz, un poco de música, pueden ser demasiado cuando no se encuentra el motivo, la energía, ni la razón de lo extrañas que son las representaciones de mi obra de teatro, en esta ocasión, con especial interés en las relaciones humanas.

Embebidos en una sociedad que ha marcado la existencia y casi única solución de testificar una vida a través de alguna forma de contrato personal de compartir tu vida con otra persona, nos convierte en embalaje para la locura. Hay grados de concordancia y de lucidez, pero a la vez, como si fuera un acto poético, la entrega de poderes a otras personas nos crea muletas para cuando no queremos que nos vean cojear. Quizá sea así, pero hay quienes llevamos al extremo la idea misma de compartir.

No es lo mismo esperar que desesperar, y definitivamente el que espera desespera, pero vale la pena esperar sin esperar, y desesperar sin tener que estar esperando. Sin embargo se torna en el doble filo de la vacuidad de la misma sensación de que la paradoja no se acaba de poner en movimiento, sino que lleva, en sí misma, el rodaje del tiempo que se ha dejado pasar inadvertido.

Las relaciones humanas se van colmando de premios, de instantes, de soledades, de hambres, de monólogos, pero rara vez de soliloquios. A veces son actos poéticos en sí mismas, aún cuando no se dan el nombre ni la pretensión. Pero hay furtivos, que se deshacen de las relaciones por no convertirse en la fantasía destrozada, en el excremento que demuestra la entrega total. Pero se eligen las armas, las amnistías, y por supuesto, las vías de escape. No es una perversión, sólo una extensión de lo inefable de la soledad.

Al final no se trata de cuántas relaciones mantengas, cuánto duren, o qué hagas. Si de eso se tratara las máscaras tendrían que ser demasiado variadas, nunca repetirse, y dejaríamos de actuarnos para transformarnos en autómatas de la demanda de un mercado. Lo que se gana y se pierde es cuestión de decisión, no de imposición. No son premios sino compañías, que poco a poco van siendo soledades que se comparten, en algunos casos se nutren y en otros pasan desapercibidas. Son como tratados, como pequeñas obras de teatro, pequeños monólogos, y de vez en cuando se cuelan voces que vienen de lugares desconocidos.

Se insiste en testificar condecoraciones, en vanagloriarse en presentes, y llenar todos los momentos con alguien. Pero se escapan las hendiduras, los momentos de uno mismo, que se pierden en las mismas. Y al final, y no porque seamos un eco, lo que se quedan no son las compañías ni las palabras, sino lo que te hicieron sentir.

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